MANIFIESTO POR LA ESPERANZA DEMOCRÁTICA
Mujeres y hombres radicales de todas las generaciones, ubicados en las más diversas regiones del país, suscribimos este manifiesto político por la esperanza democrática.
Representamos el legado democrático argentino: aquel que valora la soberanía popular, el estado de derecho, la existencia de una economía amplia, diversa y competitiva con movilidad social. El que reivindica la educación pública de calidad, el que respeta las instituciones, el sentido federal del país así como la ampliación de nuevos derechos, el cuidado y respeto por las libertades y las aspiraciones de igualdad.
La Argentina que soñamos debe volver a ser orgullosamente un lugar tan deseable del que nadie se quiera ir y al que muchos quieran llegar. Donde los habitantes tengan oportunidades de concretar sus sueños. Donde podamos recibir y sumar talento, inversiones y proyectos que la hagan más justa, próspera y más solidaria.
El cambio es posible. Tiempos mejores podrán ser alcanzados. Una tarea política enérgica, sistemática y paciente nos espera por delante. Asumimos con entusiasmo el peso de la responsabilidad y el deber de la esperanza.
Suscribimos este pronunciamiento mujeres y hombres radicales de todas las generaciones, ubicados en las más diversas regiones del país y activos en las más variadas áreas del quehacer nacional.
Venimos transitando la vida política con preocupación y en estos momentos difíciles con dolor, pero no bajaremos los brazos y procuraremos superar con imaginación creadora ciertos hábitos que debilitan las instituciones republicanas y degradan la política.
Somos personas conscientes del momento que se vive, de las dificultades que las familias padecen, de la complejidad de las posibles soluciones; pero no renunciamos a nuestro sueño de una Argentina mejor.
Pertenecemos a un partido, la Unión Cívica Radical, con 130 años de trayectoria, que ha sido protagonista de la vida democrática del país, aportando siempre desde sus más íntimas convicciones, con aciertos y errores; pero sobre todo tomando lección de las experiencias vividas en cada coyuntura.
Representamos, por antonomasia, el legado democrático argentino, aquel que valora la soberanía popular, el estado de derecho, la existencia de una economía amplia, diversa y competitiva con movilidad social; el que reivindica la educación pública de calidad, el que respeta las instituciones, el sentido federal del país así como la ampliación de nuevos derechos, el que aprecia, por fin, el conocimiento y el mérito como criterios para la igualdad y antídotos contra el privilegio.
Nos proponemos, sobre todo, ofrecer a nuestra nación y a su pueblo, confiando en su capacidad de comprensión, todos los elementos para que en un debate honesto podamos superar las simplificaciones y trampas en que estamos enredados desde hace décadas.
Queremos elevar la mirada, utilizar nuestras habilidades y experiencias, priorizar lo importante sobre lo accesorio, el largo plazo sobre el oportunismo circunstancial para salir así del encierro que significa culpar de todos los fracasos al otro. Unos al peronismo, otros a la Alianza o a Juntos por el Cambio.
Si nos concentramos en ver los malos resultados de los últimos cuatro años o en los de los últimos doce que les precedieron, no lograremos entender las razones del mal desempeño nacional ni tampoco encontraremos la salida.
Somos una fuerza con identidad propia que integró una alianza electoral y acompañó hasta 2019 una gestión presidencial que al cumplir su mandato, hizo cierta la alternancia, un rasgo central de las repúblicas democráticas.
Deseamos consolidar la unidad de Juntos por el Cambio, como herramienta imprescindible para una alternativa de poder y aspiramos a encabezar con pensamiento y acción renovados los desafíos electorales que se avecinan. Para eso, respetar la legislación electoral vigente sin alteraciones bruscas es una garantía para la legitimación del proceso democrático.
Esa convergencia de fuerzas políticas deberá establecer reglas claras de competencia y colaboración y debe asumir el compromiso formal de un acuerdo programático y formas de integración hacia un gobierno de coalición en plena regla. Al actual gobierno, sea cual fuere su presentación electoral, es muy difícil ganarle desde una perspectiva conservadora; un nuevo triunfo sólo se logrará si somos competitivos expresando con amplitud propuestas democráticas avanzadas, con afinidad hacia el electorado popular, inclusivo, juvenil y progresista.
Enfrentamos la situación de mayor gravedad institucional y fragilidad nacional que hayamos vivido desde la restauración democrática.
A un modelo económico y productivo agotado en su capacidad de crecimiento y desarrollo, se agregan amenazas al orden constitucional y peligros sobre la salud de las personas.
La sociedad vive una particular circunstancia traumática derivada de las consecuencias de una pandemia que por su extensión y dilación, además de los costos humanos y sanitarios, ha afectado el conjunto de actividades socio-económicas y culturales.
La superación del problema, que es un desafío mundial dependiente del ritmo de inmunización, aún llevará tiempo y ese retraso obstaculiza tanto la recuperación económica como el normal desenvolvimiento de la agenda internacional.
En nuestro caso nacional, las debilidades pre-existentes y un manejo ineficaz de la situación sanitaria, con desdén por las necesidades del tejido económico, han profundizado el proceso de erosión de las condiciones sociales y el desaliento de muchos sectores productivos.
Sin embargo, la pandemia pasará y se abrirá un momento excepcional en el concierto económico mundial, por la convergencia de tres factores:
- a) muchos estados quedarán sobre-endeudados por el peso de la asistencia a sus sociedades, en este tiempo;
- b) a partir de los nuevos hábitos de alta incidencia económica emergentes de la pandemia, se plasmará un saldo divisivo en el corto y mediano plazo entre segmentos ganadores en contraste con otros perdedores; y,
- c) la digitalización absoluta de la vida cotidiana posibilitará saltos de productividad elevados pero dispares, con tasa relativamente bajas de empleo añadido.
Nuestro debate político, excesivamente ensimismado en nuestra crisis recurrente, no está siendo capaz de discutir y poner en consideración, cuáles podrían ser los aportes argentinos a una nueva época, participando desde nuestros intereses en el bienestar global.
El riesgo cierto de aislamiento intelectual y la impotencia para superar el día a día nos conduce a la pérdida efectiva de oportunidades, tarea esencial que le corresponde llenar a la política. De poco sirve disponer de talento empresarial, inteligencia crítica y recursos claves, si se carece de una perspectiva institucional que sea capaz de identificar en esos factores las palancas a ser activadas para tomar ventajas y alcanzar posiciones en el panorama global.
Lo que fue durante décadas la fuerza popular con más incidencia en trabajadoras y trabajadores organizados, el peronismo, se ha convertido en la administradora de los cada vez menores recursos del estado para, mientras gobierna, contener a los que su política expresa y, cuando es oposición, movilizarlos para obstruir los cambios.
Nada es más demostrativo de esto que la dinámica de movilización frente a los cambios en la fórmula de ajuste de los haberes previsionales. Cuando son oposición, en forma conjunta con las fuerzas de izquierda, centros de jubilados, gremios y organizaciones sociales procuran interferir de facto en el Congreso y provocan a las fuerzas de seguridad. Cuando son gobierno y proponen un fuerte ajuste en los haberes del mismo sector, reemplazan en los palcos del Congreso a las organizaciones que defienden a los jubilados y jubiladas por la jerarquía del ANSES que acude a celebrar el ajuste.
En este enero en que la toma facciosa del Capitolio exhibió el deterioro que por cuatro años carcomió desde adentro la democracia estadounidense, es inevitable trazar el paralelo con el asalto doméstico como el que se intentó en 2017 sobre nuestro Congreso, o la contumaz negativa a reconocer, allá y aquí, por parte de presidentes salientes la investidura de quienes los reemplazan bajo el imperio de la Constitución y la soberanía del pueblo.
El malestar económico y social de los años previos a la recuperación de la democracia, aquellas décadas de proscripciones, golpes de estado e inestabilidad institucional, llevaron a pensar que las violaciones sistemáticas de los derechos humanos eran las peores situaciones a superar con la recuperación de la democracia. Se creía que lo demás vendría por añadidura, mediante el esfuerzo del conjunto. El persistente avance de la pobreza y la dificultad para encontrar una matriz de desarrollo productivo capaz de generar los recursos necesarios, están haciendo que la desesperanza gane el espíritu de muchos compatriotas de los más diversos sectores sociales.
La persistencia en errores y viejas prácticas, la matriz conservadora que se expresa en imaginar la prosperidad como una retropía que ve en el retorno al pasado el camino hacia adelante, van generando desencantos personales que se están convirtiendo en una barrera para el desarrollo.
Las ideas y los planes que el gobierno no expone porque no tiene, por un lado; y la dinámica de los enfrentamientos intestinos, las distintas prioridades y contradicciones de agenda en el frente oficialista, así como la relación de desprecio hacia la principal oposición, que mujeres y hombres radicales integramos, están dejando a nuestro país sin capacidad de reacción en esta hora tan difícil.
Se privilegia el enfrentamiento sobre la convocatoria al trabajo efectivo y al esfuerzo conjunto. El apotegma que enseñara Ricardo Balbín: “el que gana gobierna, el que pierde ayuda”, se fue convirtiendo en un terrible, “el que gana no gobierna porque el que pierde obstruye”. El peronismo tiene una enorme deuda a saldar en este sentido.
No será repitiendo viejas recetas dogmáticas como superaremos de modo exitoso nuestra larga decadencia. Recuperar el camino de la modernización argentina, con calidad institucional, educación universal de alto nivel, cohesión social y sostenibilidad requiere sobre todo comprender el tiempo que vivimos, asumir nuestras debilidades y fortalezas, custodiar y jerarquizar la democracia y darnos una estrategia-nación coherente en el marco regional con proyección mundial.
La política argentina sufre la dominancia de un polo retrógrado que ha maquillado sus viejos modos excluyentes y sectarios bajo un nuevo ropaje; en él conviven sin demasiadas tensiones visiones pseudo-religiosas, estilos sindicales prepotentes, regímenes provinciales feudales, empresarios reacios a la competencia, mandatarios que acrecientan su fortuna con la cosa pública y aplaudidores profesionales a cambio de favores.
Esa circunstancia nos ha impuesto un debate rústico y pendular, que además de ser un fracaso para nuestra convivencia, nos desvía de lo que debería ser una conversación centrada en los temas relevantes: la calificación laboral de las trabajadoras y trabajadores, la incorporación de conocimiento a los procesos productivos, el aumento de la productividad, el cuidado del ambiente, los derechos igualitarios, la equidad social o nuestro rol en el mundo.
Nuestra sociedad ha cambiado y el conjunto de demandas sociales no son debidamente procesadas por el sistema político.
Como responsables contemporáneos de una tradición histórica comprometida con la democracia, la vigencia de los derechos y promotora de las reformas que cada tiempo exige, los y las radicales estamos dispuestos y dispuestas a poner toda nuestra energía política y empeño para que el país recupere el sendero del crecimiento económico, configure una agenda social que supere la contención de la pobreza e integre a los ciudadanos/as de manera plena, recupere la racionalidad y el pluralismo en su conversación pública, perfeccione su funcionamiento institucional y enfrente así con buenas chances los desafíos del siglo XXI.
Los y las radicales no debemos dejarnos ganar por un ánimo vengativo ni obrar en el mismo sentido. No corresponde nunca, menos en una crisis como la que vivimos.
En los extremos, dos minorías intensas y movilizadas, esperan que el fracaso del otro les allane el camino al poder, sin reparar en el enorme costo en sufrimiento y empobrecimiento que eso implica para la mayoría de nuestras y nuestros compatriotas.
No hay modo de construir el poder necesario para sacar el país adelante sin un profundo cambio de paradigma en la relación entre las fuerzas políticas que tienen la posibilidad de alternarse en el gobierno.
Reclamamos y ofrecemos mutua tolerancia y respeto entre gobierno y oposición.
Concebirnos a la contienda política como protagonizada por gente que tiene diferentes miradas, todas legítimas, acerca de los diversos temas y que, una vez dado el debate de argumentos, se comprometen a esperar los resultados de los objetivos que quien gobierna se propone.
En lo que no podemos dejar de ser absolutamente intransigentes es frente a la mentira, frente a la corrupción y frente a los avances contra la Constitución y la ley. Para eso ni paciencia ni tolerancia.
Hay una condición de posibilidad para que el acuerdo que entendemos posible y necesario se lleve adelante. Es la condición ética, la de la ejemplaridad que permitirá la escucha, la comprensión y la participación de la mayoría de las y los actores políticos y sociales.
Así como en 1983 Raúl Alfonsín entendió y propuso que la legitimidad de la nueva democracia se fundaría en no dejar pasar la autoamnistía decretada por la dictadura militar con relación a las violaciones de derechos humanos, entendemos hoy que el encuentro que proponemos, para que juntos y juntas, en un diálogo sincero, forjemos los acuerdos para salir adelante, será legítimo si no deja pasar los intentos de impunidad para los actos de corrupción de los gobernantes.
Entiéndase con claridad, la precariedad del momento, las incertidumbres que nos acechan en la salud, en la economía, en la educación, la deseada tranquilidad social, nos obligan a impedir que las tramoyas por la impunidad de unos pocos avancen en perjuicio moral y material de los muchos.
Nuestra misión es, en síntesis, liderar y engrandecer un polo socio-político y cultural pluripartidario que exprese a la Argentina laboriosa e innovadora, que integre a los grupos desfavorecidos, que respete las normas, que estimule la responsabilidad, que valore la educación y los bienes públicos, que renuncie al engaño como modo de hacer política, que crea en el progreso y en el diálogo social, que esté dispuesta a transformarse y trabajar por su mejor inserción global.
La Unión Cívica Radical ha atravesado tres siglos de historia argentina combinando siempre un sentido de la acción política anclado en el presente, con el mandato histórico e inalterable de ser parte de la construcción de una sociedad democrática, abierta e igualitaria.
Para todos las y los abajo firmantes constituye un deber cívico cultivar la integridad de nuestro partido, respetando su conformación institucional en todos los terrenos, sus elecciones, sus autoridades, sus distritos y comités locales, sus instancias juveniles, universitaria y obrera, su movimiento de mujeres. Nuestra contribución colectiva a la vida del partido apunta a que sea la usina de ideas, programas, luchas y logros con la que alimentemos día tras día la esperanza democrática de los argentinos.
Nuestros compromisos históricos, se traducen hoy en la necesidad de modificar de un modo profundo las estructuras económicas y sociales del país, para ampliar las oportunidades y posibilidades vitales de nuestros ciudadanos y ciudadanas y para garantizar una base material que posibilite la efectiva consagración de los derechos.
Sin transformación económica, el país no podrá salir del estancamiento. Esas reformas requieren un soporte institucional y un marco de acuerdos políticos esenciales. De nada sirven los espasmos coyunturales ni las modificaciones menores. Se trata de reconocer un nuevo momento político y tecnológico en el mundo y poner en sintonía de manera estratégica a la economía argentina con este tiempo.
Nos comprometemos a enfocarnos en cómo generar riqueza en nuestra nación, cómo construir un modelo económico moderno y competitivo, imbuido de una profunda concepción social.
Saldremos de las inaceptables tasas de pobreza generando riqueza, superando los atajos que nos han llevado de fracaso en fracaso de la mano de los vendedores de ilusiones.
Sólo el trabajo, muchos trabajos acumulados en el tiempo y a tono con las nuevas formas de producción de bienes y servicios, con un estado vigoroso e inteligente que aliente a las empresas generadoras de empleo, nos permitirá dejar atrás el sufrimiento y la inseguridad de nuestros conciudadanos y conciudadanas hundidos en la pobreza.
Nuestra democracia avanzó sustantivamente en materia de modernización social entendida como reconocimiento de derechos a colectivos antes invisibilizados, como las mujeres y las diversidades de preferencia sexual, o como freno a las arbitrariedades del poder público a través del respeto a los derechos humanos. La tarea no está concluida y se suma al gran déficit en materia de modernización económica, profesionalización del sector público y calificación institucional.
Una sociedad cohesionada y la conquista de estándares de bienestar, requieren estabilidad macroeconómica, la cual necesita de acuerdos políticos claros, de una mayor inserción internacional exportadora y, por lo tanto, de colocar incentivos adecuados a procesos de agregación de valor para los que contamos, como punto de partida, con el potencial necesario.
Ese tránsito lleva implícito un conjunto de medidas de previsión, protección y seguridad social así como adaptaciones regulatorias y de infraestructuras. Para hacer viable la transformación de la economía, el país requiere una sociedad integrada por ciudadanos y ciudadanas que tengan un ejercicio pleno; ese horizonte no habrá de ser un volátil ejercicio estadístico sino una sólida construcción política, social y cultural.
La movilidad que caracterizó la estructura social argentina, así como la justicia social que está incorporada entre los valores cardinales de nuestro pueblo, podrán ser realidad si somos capaces de un cambio profundo, sustentado en lo que los más interesantes pensadores y pensadoras de este momento llaman la gran coalición exportadora.
No es una vacuna lo que nos sacará adelante, tampoco es la prórroga del pago de la deuda externa; éstas son condiciones necesarias, pero absolutamente insuficientes.
El crecimiento vendrá de la mano de la innovación, de la modernización de la economía, de la competencia, de la inserción inteligente en el mercado global, de la calificación de la población,y sobre todo de instituciones firmes, con plena vigencia del estado de derecho e imperio de la ley, así como con reglas del juego claras y estables que alienten la inversión.
Un estado con una fiscalidad criteriosa, que integre y capacite a los más necesitados, que provea educación y salud al alcance de todos, que reponga la infraestructura obsoleta e invierta en el soporte que toda actividad económica requiere, que estimule el crédito y las iniciativas de riesgo y que se ocupe sin pretextos de su propia eficiencia para respaldar la producción y la creatividad.
Un sistema político democrático y pluralista, un sistema productivo sustentable, eficiente y competitivo, son los pilares que requiere nuestra imagen-objetivo del futuro argentino para volverse realidad.
La Argentina se encuentra ante una nueva encrucijada, muchos compatriotas están dominados por el escepticismo y la desesperanza, y ese sentimiento no tiene partidos, atraviesa clases sociales y posicionamientos políticos.
La transformación que el país requiere no significa, como ya dijimos, reeditar cualquier época de nuestro pasado, una quimera en un mundo que ha cambiado tanto. Por lo tanto, la historia bien interpretada es en este trance fuente para nuestros valores e inspiraciones pero no ofrece modelos acabados. Como dijo Einstein, en esta coyuntura, la creatividad es una materia intelectual aún más importante que el conocimiento.
Un ejercicio de creatividad política requiere conformar un polo de poder republicano lo suficientemente amplio, estable y visionario, que dispute con chances de éxito y con propuestas claras la conducción del Estado, peroqueademásestédispuestoagarantizarelpluralismoyarecuperar el sentido del lenguaje político, distorsionado por el despotismo demagógico en sus manifestaciones más autoritarias.
La discordia endémica tendrá que ser reemplazada por una concordia nada idílica sino práctica, por una concertación operativa que se abra paso aún en medio de las diferencias.
Pensar que, con obtener el respaldo y sostén de los sectores productivos y sociales más dinámicos, los más aptos y en condiciones de protagonizar el cambio, la integración al mundo, la indispensable mejora en la productividad, la creación de empleo será suficiente, sería cometer nuevamente un error.
El camino requiere propuestas claras de integración y cohesión social hacia quienes se van convirtiendo en la mayoría en este país, los desplazados y desplazadas, los excluidos y excluidas a tal punto que al perder la esperanza perdieron hasta la expectativa de encontrar nuevamente un rol productivo que sostenga su autoestima.
Un gran número de compatriotas se encuentra entrampado por parte de organizaciones que, al margen de las buenas intenciones que no siempre tienen, construyen su poder sobre la base de mantenerlos en esa situación, de proveerles paliativos para tenerlos y tenerlas de rehenes y no de derechos y bienes públicos para propulsar su avance familiar y personal.
Esta tercerización de la política de bienestar y seguridad social, en beneficio de estos entes intermediarios retroalimenta la situación de pobreza y levanta un fuerte bastión de resistencia al cambio
En su lugar, las políticas universales de igualdad deben garantizar las libertades personales y recostarse firmemente en la educación y la salud pública como vectores imprescindibles de la emancipación de las personas, a las que debe protegerse desde la cuna hasta la tumba sin someterlas ni alienarlas ante nadie.
La tensión que las malas prácticas, despóticas y demagógicas, le añaden a los procesos sociales, solo hace más difícil la resolución virtuosa de los desafíos ineludibles que el país enfrenta.
Los argentinos y las argentinas debemos cerrar este largo ciclo de mentira pública, de dilapidación los stocks de capital, de enfrentamientos estériles y de impunidad.
No se trata de voluntarismo, se trata de construir una convergencia amplia que soporte un programa alternativo al enfrentamiento permanente, la descalificación y la apropiación partidista de los recursos del Estado como herramienta de construcción de hegemonía.
Argentina se ha recuperado muchas veces de períodos oscuros, las y los radicales hemos sido protagonistas en esos momentos decisivos; somos conscientes del deseo de superación de la sociedad argentina, pero también de la necesidad de una instancia de organización política de esa energía.
Nuestro trabajo asume como su sentido principal dignificar la convivencia y garantizar a cada ciudadano y ciudadana un lugar amable donde sus derechos son respetados y donde pueden forjar sus proyectos personales, familiares y colectivos.
Fuimos hace tiempo, cuando nuestro partido nacía, el destino de los perseguidos y el horizonte de los pioneros de aquel mundo en transformación.
En este presente, en cambio, la vulnerabilidad, la incertidumbre generan una profunda inquietud que en muchos casos se expresa en una creciente desesperanza.
Cuando la esperanza va cediendo, cuando avanza la desesperanza, es más oportuno y necesario que nunca sumar voluntades y conciencias a las filas de quienes alentamos la esperanza.
Esta es la luz al final del túnel, lo que nos hace persistir a pesar de las adversidades, lo que habrá de constituir la base sobre la que construiremos el poder político de la alternativa.
La Argentina que soñamos debe volver a ser orgullosamente un lugar tan deseable del que nadie se quiera ir, al que muchos quieran llegar y donde podamos recibir y sumar talento, inversiones y proyectos que la hagan más justa y más próspera.
En democracia la esperanza es eso, la noción de que el cambio es posible, de que la alternancia en el gobierno de las distintas concepciones políticas permite que miradas superadoras puedan desplazar y reemplazar a las que no tuvieron éxito, en fin, pensar que en adelante vienen tiempos mejores que podrán ser alcanzados.
Sentimos que seremos capaces de no volver a los mismos errores, de cambiar el rumbo, de hacer que lo importante importe, que no todo dé lo mismo, que sabemos con quiénes y cómo alcanzar un futuro de prosperidad y bienestar para la inmensa mayoría.
La buena política está basada en firmes convicciones y valores que, según nuestra preferencia, tienen carácter progresista, liberal, republicano y social demócrata. Una voluntad inteligente dispuesta a que el estado democrático de derecho oriente y guíe la expansión sustentable de la economía nacional y se canalice así el apoyo consciente de los sectores populares, de los marginados y empobrecidos, material y espiritualmente, para alcanzar así la fortaleza que se requiere para los cambios que se necesitan.
A poco de asumir la presidencia, Raúl Alfonsín convocó a un grupo de intelectuales, artistas, escritoras y escritores a un encuentro en la Casa Rosada. Quería expresar el reconocimiento al valor de la cultura y del papel que habían desempeñado en generar las condiciones para que se recuperara la democracia.
Jorge Luis Borges cerró el encuentro resumiendo en una frase, lo que era casi un mandato ético para la sociedad argentina que deseamos renovar varias décadas después: “Gracias presidente Alfonsín, porque siento que usted nos ha devuelto el deber de la esperanza”.
Se trata hoy, una vez más, de persuadir desde la más genuina política para que la Argentina en su conjunto asuma con entusiasmo el deber de la esperanza.
Te invitamos a ser parte de este desafío y a que te sumes al manifiesto en: https://forms.gle/wHz8JB7Z3vmeQfy99
Descargá el manifiesto completo en: http://bit.ly/manifiestoucr